Entendernos desde el desarrollo fisiológico de nuestro cerebro

Entendernos desde el desarrollo fisiológico de nuestro cerebro

Muchas veces intentamos buscar una explicación clara y objetiva a comportamientos y sentimientos propios, y por más que indagamos no encontramos respuesta. Diversas pueden ser las razones por las que no conseguimos dicha aclaración, pero a veces, la explicación es algo que sucedió en nuestra primera infancia (de los 0 a los 3 años aproximadamente) y, debido al incompleto desarrollo cerebral en esta etapa, no podemos recordarlo. Para entender este suceso, debemos primero comprender cómo se produce el desarrollo y maduración del cerebro, y para ello, vamos a dividirlo en tres partes:

 

Cerebro reptiliano: compuesto por la médula espinal, el cerebelo y bulbo raquídeo. Este primer nivel lo tienen los bebés desde el nacimiento y cumple las funciones de supervivencia más básicas, como el ritmo cardíaco, la respiración, la deglución, etc.

 

Cerebro emocional: compuesto por amígdala, tálamo, glándula pituitaria, hipotálamo y cuerpo calloso. Dicho cerebro también está completo desde el nacimiento y es el responsable de las emociones, la memoria implícita y la memoria a corto plazo.

 

Cerebro moderno: compuesto por la corteza cerebral. Sus funciones son el lenguaje, la memoria episódica y a largo plazo, el razonamiento y el pensamiento. Este nivel exclusivo de los mamíferos, no lo tenemos desarrollado al nacer, y hasta los 2-3 años no esta completo.

 

Como se puede observar, al nacer y hasta los 2-3 primeros años de vida, somos animales totalmente primitivos y emocionales, por ello no podemos recordar nada, solamente guardamos de esta etapa sensaciones y sentimientos ligadas a ciertas situaciones, es decir, recuerdos inconscientes que perduran siempre y que en la vida adulta trasladaremos a lo que nuestro cerebro entienda como similar. Por ejemplo, si a un bebé le han dejado llorar sin atender sus demandas, en la edad adulta no sabrá pedir ayuda cuando lo necesite , ya que cuando lo intentó en su primera infancia de manera saludable (mediante el llanto) no recibió respuesta; probablemente tampoco sepa quejarse adecuadamente, ya que tiene el aprendizaje de que sus necesidades no son importantes y los demás no las van a cubrir, es lo que se llama la indefensión aprendida, lo que le llevará a sentir, como en su primera infancia, ansiedad, soledad, miedo y sufrimiento.

 

 

El ser humano nace de 6 a 12 meses antes de terminar su desarrollo cerebral, además no está preparado para afrontar el cambio de entorno (del útero al mundo exterior) de manera rápida y no puede valerse por sí mismo, por eso, necesita que su gestación siga fuera del útero materno, y para ello depende totalmente de su madre.

 

Lo que un bebé necesita para completar dicha gestación de manera satisfactoria son fundamentalmente tres condiciones (durante 6-12 meses dependiendo del niño): contacto constante con la madre siempre que sea posible, amamantarse a demanda y la no separación de la madre. Como puede apreciarse, lo que se intenta es reproducir la misma situación y rutina que el bebé tenía en el interior del útero, donde no existía el hambre, la soledad, ni los cambios de temperatura.

 

Si se cumplen estas tres condiciones, el desarrollo del niño hasta esta fecha será positivo y adaptativo, ya que se sentirá valioso, querido, protegido, tendrá la sensación de que le atenderán pronto, y por lo tanto, su memoria implícita anticipa que el futuro seguirá aportándole este tipo de comunicación. Esto hará que sea un adulto fuerte, competente y con una elevada autoestima.

 

Sin embargo, un bebé que percibe a sus progenitores como poco previsibles, despreocupados por su bienestar, temibles y/o emocionalmente distantes, sentirá estrés y miedo a no ser cuidado ni atendido, a estar solo, y a que le hagan daño. Esto provocará que su memoria implícita anticipe que en el futuro las relaciones se caracterizarán por la distancia emocional, el miedo y la incertidumbre. Todo ello le llevará a tener déficits en algún área de su personalidad.

 

En conclusión, el tipo de crianza que hemos recibido en la primera infancia, puede ser la explicación de sentimientos y emociones que nos llevan a actuar de una manera poco adaptativa que a su vez nos hace sufrir. Aunque esta impronta no pueda cambiarse, si se puede trabajar la gestión de esas emociones y se pueden aprender herramientas para que nuestro comportamiento sea más adaptativo, y nos permita pasar del sufrimiento a la serenidad que sentíamos en el útero materno.

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